miércoles, 7 de noviembre de 2012

EL APÓCRIFO ADIÓS





KHARIS


Dios recibe de una ínfima persona
El mismo don que adjudicó a ese mortal.
El Espíritu sopla -el Dios lo afirma-
donde yo pongo mi luz y mi señal-.

La musa otorga y renace en ese ser
para cantarlo a Dios y creer
que el don es suyo.
Nada es cierto en la vida terrenal.
Lo eterno de Dios; la escoria nuestra.

EL ESPEJO

Si me miro en un cristal,
No estoy más solo.
Está el ajeno,
El que no me pertenece.
Es el reflejo de ese Yo
que no soy yo.
De ese ser, que es ser
sin ser de veras.
Un sueño que vive
ajeno a mí.
Un mimo impertinente
y silencioso
que urde ademanes con reflejos.

ENTRE EL ESPEJO

Entre el espejo y su reflejo
Mi imagen agoniza
En realidad.
Entre el cristal impenetrable
Y el espacio
Mi yo que se mueve sin soltura.
Entre esa superficie silenciosa
Del ébano y del metal,
Ese yo que mira siendo observado.
Elementales sueños
De rigores absolutos:
-hálitos de un ser que ya no es nada.

ES EL AMOR


Es el Amor. Le temo. Debo huir.
Estar contigo es la esencia de mi tiempo.
No hallo paz ni alivio, eres tú mi medida,
mi gramo diario de placer o tristeza.
Estoy ansioso de escucharte. Eres la memoria
de todos mis actos,
tus vastos o enjutos ademanes.
Es el amor con sus falsos giros.
Es la horda del vacío pleno.
Si no estás tú en mis recuerdos,
-no existen ellos-.
Si tú no viste -no veo yo-.
Somos así, inquebrantables.

ERES EL LEÓN


Eres el león, de felina estirpe,
Fuerte, sanguíneo y caliente,
Que husmea mi piel a la distancia
Y el olor anodino de mis huesos.
Ostentas una espléndida melena
Que se interpone entre mi pecho
Y los convexos hombros de mi abrazo.
Eres el león; yo, la paloma,
Cobijada bajo tu garra atroz.

Eres la energía irrevocable
De mi sombra y del momento dado.
Eres el león, bien lo sé,
Que se niega a esta aventura indefinida
De dejarse vencer o ser vencido.

APRETÉ LOS LABIOS

Apreté los labios en un sollozo
¡Y tú me ignoras!
Fue cierto mi ademán; fue verdadero.
Baja el sol frente a un adiós
indiferente.
Todo pasa -afirma Heráclito-
y se transforma.
Mas no mi llanto que cae, cual prisma roto,
como dádiva siniestra y pasajera,
en un acto perpetuo y sin retorno.

A LA HORA TRISTE

A la hora triste del Poniente
la pasión acecha el declinar del día,
y tu nombre y una fecha lastimera
dejan la vaga sombra para expresarse
en un sutil u ácido verso.
Existen en mí -en mi caos interno.
y tan redondo es tu recuerdo,
que torno a enredarme
en círculos convexos
para cantarte en una u otra forma.

MUCHAS VECES

Muchas veces me encanta estar contigo,
Estarme junto a ti hasta el sosiego.
Y no puedo, me siento como ajada
Y extirpo mi pasión de cara al cielo.

Y NUNCA MÁS

Y nunca más mis manos
endulzarán tus días
ni el roce de mis uñas
quebrará tu agonía,
ni beberán tus labios
en mi labio tu beso
ni se unirán tus miembros
a mi núcleo y mi ser.
Y yo estaré gimiendo
sintiendo,
como siempre,
como ahora.

TIEMBLA

Tiembla mi alma y se van mis miedos
y me quedo
sola,
sin tu angustia y
sola,
sin tu risa y
Sola.
Y se van mis manos,
sombras tristes, rotas,
buscando diligentes
mi sombra en pos
de ti.

LUEGO

Luego será tarde.
No habrá más discusiones
gritos ni susurros,
llantos y gemidos.
Será tarde
para recuperarme.
Habrás perdido entonces
mi tenue melodía,
mis surcos y mi ritmo
y el cálido retorno
a un tiempo más sentido.
Estarás libre, limpio,
limpio de mis besos,
limpio de mis manos,
pero siempre solo.

NO SOY YO

No soy yo quien te ensalza; es mi sombra,
mi sangre, la médula y mi hueso,
-elemento agudo y engarzado
como un antiguo mito
o una vieja historia-.
En mi última estrofa
te engendro cada día
nuevamente.
Somos tú y yo
y entre nosotros -el otro-
el verso que te he de ofrecer.
Juntos -en esta abierta copla-
formamos la eternidad del tiempo
Y de mi espanto.

HE DE QUERERTE

He de quererte de veras
el día que tú dejes de quererme
y cuando en un destello de sonrisas
me des -al fin- la repetida despedida,
allí, resbalaré por un abismo,
caeré, me haré pedazos,
y hecha añicos rodará por los zaguanes,
caminando lentamente, hablando sola.
Alguien dijo una vez;
“Macbeth mató a un rey para que Shakespeare
urdiera su tragedia”.
Ya no recuerdo si fui yo
la que urdí tu asesinato
o si fuiste tú -sin querer-
el que me asesinó a mí.

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